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Esclavos de los bancos

La espiral de deudas martiriza a las personas que no llegan a fin de mes. Los préstamos «milagro» y las tarjetas revolving no hacen sino impedir que puedan salir de ella.

No afecta en exclusiva a corporaciones que manejan grandes masas de dinero y cotizan en el Ibex 35, sino que puede ser el inicio de un calvario para personas solventes que un día pierden su trabajo o adquieren un producto financiero –como hipotecas o créditos– con unas condiciones que no les dejaron claras o no acabaron de entender. La lista de causas es tan larga como la fila de números rojos. Un matrimonio roto, un negocio que se hunde o el tropiezo inesperado de la pandemia bastan para romper la hucha y transitar por ese viacrucis. «Suele ser la misma dinámica: de golpe y porrazo, te ves con una serie de deudas, y mientras las puedes pagar eres feliz, porque tienes tu casa, tu coche y te sigues yendo de vacaciones, pero un buen día desaparecen los ingresos», explica un miembro de la Asociación Española de Afectados por la Deuda (AEAD), que prefiere mantener el anonimato. «Hay personas que solicitan más préstamos para pagar o que piden ayuda a familiares, y entran en una dinámica de la que no pueden salir, con un gran desgaste emocional y de salud», señala Ana, directora letrada de un despacho de abogados especializado en este tipo de casos.

De crisis en crisis

El problema del endeudamiento ha adquirido eco mediático tras el éxito de ‘El juego del calamar’, una serie surcoreana en la que un grupo de individuos se ve abocado a participar en pruebas macabras para superar ese trance económico. Los españoles comenzaron a notar ese mismo picor en sus bolsillos sobre todo tras la crisis de 2008 y su larga resaca, y después de la provocada por el Covid-19. «Entre 2015 y 2016, había poca deuda, porque la gente había escarmentado y pagaba al contado, pero ahora se han vuelto a dar créditos», explica Daniel Bernet, adjunto a la dirección del Cobrador del Frac. «Desde la pandemia, la morosidad ha crecido entre un 70 y 80 por ciento, y hemos experimentado una subida del 75 u 85 por ciento de personas que se abonan para prevenir los impagos», detalla.

«Muchas familias no tienen ingresos y no hay grandes perspectivas, porque en España se ha instalado la precariedad y con unas deudas adquiridas de antes, no sales adelante», denuncian desde la AEAD. Según el último informe del Banco de España, cada español debe ya en torno a 30.000 euros por la escalada de la deuda pública estatal. A nivel macroeconómico, el problema no está en el tamaño de la deuda del país, sino en lo que se conoce como ‘sudden stop’ (’frenazo brusco’), una interrupción repentina de los flujos de capital. Las complicaciones no se producen porque un Estado se endeude, sino por no poder refinanciar la deuda. Ese término lo popularizó el economista alemán Rudiger Dornbusch, dejando para la historia una de las frases más gráficas para entender el fenómeno: «No es la velocidad lo que mata, es el frenazo». Una idea que también explica el endeudamiento de los hogares: el laberinto sin salida comienza cuando los plazos vencen y la capacidad de asumir la deuda es cada vez menor. O sea, el frenazo.

Uno de los fundadores de la AEAD, que se llama Iván pero pide no dar más datos sobre su identidad, sabe lo que es vivir con el agua al cuello. «Tuve problemas con las tarjetas ‘revolving’, con las que compré electrodomésticos, y por más que pagaba, seguía debiendo lo mismo», lamenta. Su caso no ha sido el único de ese tipo, pues las ‘revolving’ son una tentación tan peligrosa como asfixiante: aunque permiten pagar al usuario sumas de dinero que alcanzan cerca de los 6.000 euros, luego se cobran intereses que pueden alcanzar el 20 o 30 por ciento. Otra mujer, a la que llamaremos María porque también reclama preservar su anonimato, recuerda que su calvario empezó hace ocho años, cuando se dedicaba a la hostelería, solo trabaja seis meses al año y desde su entidad financiera le ofrecieron una ‘revolving’, con la que acabó debiendo 200.000 euros. «Trabajaba para pagar la tarjeta, pero la cuenta no bajaba, a pesar de que aumentaba la cuota para poder pagar la deuda», cuenta.

«No podía abonar el agua, la luz y el alquiler, y llegó un momento en el que tuve que escoger entre pagar la casa o comer. En el banco, me amenazaban por teléfono o carta con llevarme al juzgado. Sufrí acoso. Incluso perdí dos trabajos por culpa de las amenazas constantes, porque me llamaban al móvil, se lo cogía por miedo, y no me dejaban cumplir con mi horario». «Lo pasé muy mal», resume.

Su suerte cambió en 2015, cuando encontró por casualidad en redes sociales un anuncio donde se describía lo que a ella le parecía que era su situación. Se decidió a llamar y pidió ayuda para poner fin a las amenazas e informarse sobre la Ley de Segunda Oportunidad. «Los tiempos de la Justicia son los que son y hubo momentos en los que estuve a punto de parar el proceso con los abogados, porque estaba desesperada y le pedí a los profesionales que llevaban mi caso que fueran ellos los que respondieran al banco», señala. «El proceso empezó a caminar y me fui acostumbrando a vivir con ese acoso, y a finales de octubre mi abogada me llamó para darme la noticia de que el problema estaba solucionado. Tengo la carta con la sentencia favorable y la remito cada vez que me vuelven a molestar», celebra. Como otros beneficiados por esa legislación, experimentó un alivio sin precedentes: «Sigo sin creerme que pueda volver a hacer vida normal, porque han sido muchos años con un gran sufrimiento. No entiendo cómo pueden seguir existiendo ese tipo de tarjetas», lamenta.

Al igual que el resto de afectados, Remedios, de 57 años, también desea proteger su privacidad, pero no tiene inconveniente en recordar su caso y expresar el alivio de haberse liberado de un suplicio que comenzó cuando decidió acabar con su matrimonio. «Sufrí un infarto en 2004 y tuve que dejar de trabajar, lo que supuso un golpe muy duro en mi vida, porque yo era una persona que lo tenía todo y vivía bien», comienza. «Entré en una depresión y me ingresaron en una clínica. Por entonces, tenía unos préstamos compartidos con mi marido, al que pedí el divorcio, y como él no lo quería, me llevó a un notario y los puso a mi nombre, sin que yo me diera cuenta. Cuando nos separamos, me quedé con una deuda grandísima y una pensión bastante baja», continúa. Desesperada por esa cadena de infortunios, empezó a tomar malas decisiones: «Pedí créditos pequeños, de 200 o 300 euros, y la pelota se hizo tan grande que acabé debiendo unos 60.000 euros y tuve que recurrir a la Ley de Segunda Oportunidad», añade. «No se lo deseo a nadie, aunque sé que hay mucha gente como yo, y ojalá seamos menos».

Como si las uniera un hilo rojo, las historias de los afectados por el sobreendeudamiento comparten un patrón común: una complicación repentina en las finanzas de un individuo le lleva a tomar malas decisiones, que no hacen más que agravar sus problemas y desembocar en vidas arruinadas y malestar psicológico.

Fuente: ABC


Ángel Andújar

Abogado experto en Derecho Concursal y Segunda Oportunidad

Economista y Auditor de Cuentas

Administrador Concursal

 

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